Redacción y sabiduría: Antonio
Anotaciones y edición: Alice

Portugal es un país donde el Atlántico abraza la historia y la modernidad.
Desde las callejuelas empedradas de Lisboa hasta los viñedos del valle del Duero, cada rincón guarda un relato que mezcla exploraciones marítimas, tradición cultural y un arte de vivir pausado.
Es un destino que invita a perderse entre palacios, miradores con vistas infinitas y playas bañadas por el sol del sur.
Conoce el país
Información Básica
Capital
Oporto
Población
10,3 millones
Moneda
Euro (€)
Idioma
Portugués
Religión
Cristianismo
Hora
GMT / GMT+1
Historia de Portugal
Del Atlántico al mundo
Portugal es una nación donde la historia se respira en cada piedra de sus castillos medievales, en los azulejos que decoran palacios y en los fados que cuentan historias antiguas con nostalgia. Desde los tiempos de los lusitanos y romanos hasta las conquistas medievales, el país fue forjando una identidad marcada por la resistencia y el orgullo de su territorio.
Con la llegada de la Edad de los Descubrimientos en los siglos XV y XVI, Portugal se convirtió en una potencia marítima mundial que llevó sus carabelas más allá del Atlántico e Índico, abriendo rutas hacia África, Asia y Brasil. Fue una época dorada de exploración y comercio que dejó huella en la cultura y el arte portugués.
La unión con España, la decadencia del imperio y las transformaciones políticas de los siglos XIX y XX dieron paso a una sociedad que luchó por su libertad, lograda finalmente con la Revolución de los Claveles (1974).
Hoy, la historia de Portugal es un puente entre tradición y modernidad. Un país que recuerda con orgullo su pasado de navegantes y que, al mismo tiempo, abraza el futuro con una identidad cultural vibrante y única en Europa.
Orígenes y romanización (siglos III a.C. – V d.C.): Lusitanos, romanos y herencia clásica
Antes de que existiera Portugal, la región estaba habitada por pueblos íberos, celtas y lusitanos, que se distinguieron por su espíritu guerrero y su profundo conocimiento del territorio. El más famoso de sus líderes, Viriato, se convirtió en un símbolo de resistencia contra la invasión romana, luchando durante años contra las legiones imperiales.
Con la llegada de los romanos, el área se transformó en la provincia de Lusitania. Se fundaron ciudades como Emerita Augusta (Mérida, hoy en España) y se desarrollaron centros urbanos en Évora y Conímbriga.
La construcción de calzadas, puentes, teatros y templos integró el territorio en el vasto sistema del Imperio, dejando una huella arquitectónica que todavía puede admirarse.
La romanización también trajo cambios profundos en la vida cotidiana, el latín se impuso como lengua común, se introdujo el cristianismo y la economía se organizó en torno a la agricultura, el comercio y la explotación minera. Estos elementos serían la base cultural, lingüística y religiosa del futuro Portugal.
Hoy, este legado romano puede descubrirse en ruinas como las de Conímbriga, el Templo de Diana en Évora o los mosaicos que aún decoran villas antiguas, testigos de un pasado clásico que sigue vivo en la arquitectura portuguesa.
La Edad Media y la fundación del Reino (siglos V – XIII): De invasiones a independencia.
Tras la caída del Imperio romano, llegaron nuevos pueblos. Primero entraron los suevos y visigodos, que establecieron reinos en la península ibérica. Y más tarde los musulmanes, que en el 711 iniciaron una profunda transformación cultural, introduciendo sistemas de riego, nuevas técnicas agrícolas y una visión artística que aún se percibe en la arquitectura.
En este contexto de luchas y reconquistas, surgió la figura de Afonso Henriques, quien tras la batalla de Ourique en 1139 se proclamó primer rey de Portugal. Su reinado consolidó las fronteras del país y dio inicio a la expansión territorial hacia el sur, arrebatando tierras a los musulmanes. En 1143, el Tratado de Zamora reconoció oficialmente la independencia portuguesa.
La Edad Media fue también un tiempo de construcción. Se erigieron castillos, murallas y monasterios que no solo servían de defensa, sino que proyectaban poder y fe. Al recorrer Portugal, todavía se siente este espíritu medieval en fortalezas como el Castillo de Guimarães, considerado la cuna de la nación, en las murallas de Óbidos o en los monasterios de Alcobaça y Batalha, joyas góticas Patrimonio de la Humanidad.
El siglo XV marcó el inicio de la etapa más gloriosa de la historia portuguesa. Bajo el impulso del Infante Don Henrique el Navegante, Portugal se convirtió en pionero de la exploración marítima. Desde Sagres, se preparaban expediciones que avanzaban cada vez más al sur por la costa africana, abriendo rutas hacia territorios desconocidos.
En este tiempo, los navegantes portugueses lograron hazañas que cambiaron el rumbo de la historia mundial, Bartolomeu Dias alcanzó el cabo de Buena Esperanza, Vasco da Gama llegó a la India en 1498, y Pedro Álvares Cabral descubrió Brasil en 1500. Lisboa se transformó en una capital cosmopolita, donde llegaban especias, sedas, oro y esclavos de los rincones más lejanos.
El arte y la cultura reflejaron este esplendor. El estilo manuelino, presente en el Monasterio de los Jerónimos o la Torre de Belém, es testimonio de una época dorada que convirtió a Portugal en uno de los imperios más extensos e influyentes del planeta.
Decadencia e inestabilidad (siglos XVII – XIX): Unión con España y pérdida del imperio.
La grandeza portuguesa comenzó a decaer a finales del siglo XVI. Tras la crisis dinástica de 1580, el país entró en la Unión Ibérica, gobernado por los monarcas españoles de la Casa de Austria. Aunque recuperó la independencia en 1640, Portugal nunca volvió a alcanzar el esplendor del pasado.
Los siglos siguientes estuvieron marcados por la pérdida de colonias y la creciente dependencia de potencias extranjeras como Inglaterra. La independencia de Brasil en 1822 supuso un golpe devastador, pues se trataba de su colonia más rica y extensa.
A pesar de esta decadencia política, el país vivió transformaciones culturales y urbanísticas importantes. Tras el terremoto de Lisboa de 1755, la ciudad fue reconstruida bajo la dirección del marqués de Pombal, que aplicó ideas ilustradas y un urbanismo moderno, convirtiendo a la capital en un ejemplo de resiliencia y renovación
Esa herencia se aprecia hoy en la Baixa Pombalina de Lisboa, con su trazado rectilíneo y plazas amplias, en contraste con las calles estrechas de barrios medievales como Alfama. Dos rostros de la historia que conviven en la misma ciudad.
De la monarquía a la Revolución de los Claveles (siglo XX): Dictadura y libertad.
El inicio del siglo XX fue convulso. La monarquía fue derrocada en 1910 y se proclamó la República Portuguesa, pero los años siguientes estuvieron marcados por la inestabilidad política y económica. En 1926, un golpe militar abrió el camino a la dictadura del Estado Novo, liderada por António de Oliveira Salazar.
Durante décadas, Portugal vivió bajo un régimen autoritario, aislado del resto de Europa y aferrado a sus últimas colonias en África. La censura, la falta de libertades y las guerras coloniales en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau desgastaron al país.
La situación cambió radicalmente el 25 de abril de 1974, con la Revolución de los Claveles. Este levantamiento pacífico, liderado por jóvenes militares y apoyado por la población, puso fin a la dictadura y abrió el camino hacia la democracia, convirtiéndose en uno de los momentos más simbólicos de la historia contemporánea de Portugal.
Hoy, este espíritu de libertad se celebra cada 25 de abril con actos conmemorativos, música y claveles rojos en las calles. Es un recuerdo vivo de un pueblo que conquistó su democracia de manera pacífica y ejemplar.
Portugal contemporáneo (1974 – actualidad): Un país europeo y atlántico
Tras la revolución, Portugal inició una nueva etapa marcada por la modernización y la integración en Europa. En 1986 ingresó en la Unión Europea, lo que supuso una inyección económica y la mejora de infraestructuras, educación y calidad de vida.
Hoy Portugal es un país que combina su patrimonio histórico con una visión moderna y abierta al mundo. Sus ciudades, como Lisboa y Oporto, se han convertido en centros culturales y turísticos de primer orden, mientras que regiones como el Algarve o el valle del Duero atraen visitantes de todo el mundo.
Aunque pequeño en extensión, Portugal conserva un lugar único en la historia universal, porque fue tierra de navegantes y descubridores, y hoy es puente entre tradición y modernidad, un país que mira con orgullo su pasado y con optimismo hacia el futuro.
Ese contraste es lo que el viajero encuentra hoy entre tranvías amarillos cruzando barrios históricos, vinos centenarios que siguen produciéndose en el Duero, y un pueblo orgulloso de su pasado que recibe al visitante con hospitalidad y calidez.